lunes, 29 de junio de 2015

Yo no soy normal (Crítica de 'Requisitos para ser una personal normal')

No me había planteado el título como una declaración de intenciones, pero podría servirme. En 'Requisitos para ser una persona normal' (Leticia Dolera, España, 2015), la directora analiza a una generación que se cuestiona todo, pero es incapaz de salirse del patrón marcado de ser normal.

Una generación super (sobre) preparada, en un país en crisis. Donde todo debería ser diferente. Más crítico y luchador. Pero en el que todo el mundo quiere pertenecer a la amalgama (cada uno con sus gustos y fobias) de gente normal. La mayoritaria. Al gran grupo de personas iguales que están en el paro, dependen de sus padres y nutren sus relaciones a través de una pantalla -y no a las puertas de un gran bazar turco comiendo pizza- (como en uno de los grandes momentos del film)


¿Pero por qué? ¿Por qué el treintañero medio quiere ser normal? Eso es lo que le pregunta Álex, su hermano veinteañero con síndrome de down. Y la respuesta es clara vista desde sus ojos.

Álex: "¿Por qué quieres ser normal?"
María: "Es lo que quiere todo el mundo, ¿no?"
Álex: "Yo, no". 


¿Y para que quiere ser normal? Es un hombre independiente y enamorado. ¿Qué más necesita?

Son pequeñas joyas que encontramos en la primera película como directora y guionista de la actriz Leticia Dolera. Un film con personalidad y con un buen gusto que se esconde en lo naïf para no caer en el cliché, pero que explota con una gran fotografía (con unos colores alegres y un sentido de la simetría que recuerda algo a Wes Anderson) y situaciones tan absurdas como cotidianas.

La historia de María de las Montañas (ojo, con el nombre elegido) recuerda al cine indie americano. A esa comedia romántica ligera hecha con un gran gusto estético y con temas actuales. Donde el paseo por el parque se puede convertir en una terapia antipeso y no un momento idílico y trascendental bajo los olmos al atardecer. Donde no es necesario coger un berrinche si una lagrimilla solitaria basta para darle la dosis de drama.


La protagonista es un desastre absoluto. Fue la rarita de clase (apodada "la Samurai"), viene de una familia disfuncional y su autoestima está por los suelos. Sí, bienvenidos a todos los clichés coleccionables e intercambiables en una comedia romántica. Per todo esto es cuidado por Dolera. Los temas son acomodados en algodón de azúcar. Dulce, sí. Pero necesario. Y luego activados por cientos de peta-zetas de colores que los hacen explotar con una ironía y una acidez fantásticas. (me permitan la metafora chucheril)

Una comedia ligera y diferente. Con muy buen gusto y que abre las puertas a Leticia Dolera como una de las directoras jóvenes con más personalidad estilística.

Yo, la verdad... que muy normal no soy. Ni lo pretendo.


LA(s) ESCENA(s): Todas las que aparecen juntos Leticia Dolera y Manuel Burque. Sobre todo el momento "horno holandés"
ATENTOS A... El pequeño papel de Carmen Machi.

sábado, 20 de junio de 2015

Mi (ex) novia el Real Zaragoza

El fútbol, como el amor, es irracional. Levanta pasiones siendo un deporte en el que veintidós tíos le dan patadas a un balón para meterlo entre tres palos en los que se ha atado una red para que no se escape. 

Sin embargo, algo contra lo que tu no puedes luchar te agarra y no te suelta. El ver a tu equipo anotar un gol tiene el sentido freudiano que nunca encontraste cuando estudiabas filosofía en el instituto (lo del túnel, el tren y todo eso). Se convierte en una descarga de tensión y feromonas (aunque esto último tengo que investigarlo) que asciende y se transporta contagiando a la gran mayoría de mortales.

Hablas sobre tu equipo a todas horas. Cuando pierde te deprimes y te vuelves irascible. Si alguien se mete con él lo defiendes como a la madre que te parió. Cada domingo cancelas todas las citas, es tu momento con él. 

Todo es idílico. Tu equipo gana. Tu te alegras. Piensas en el futuro, tal vez la Champions League juntos. Piensas en las entradas y en la decoración. En los invitados al banquete (y sobre todo en cuanta cerveza será necesaria para complacer a tanta gente) y en la luna de miel a la plaza para celebrarlo.


Pero llega un momento en el que la relación empeora. Tu equipo no gana. Ni juega a algo parecido al fútbol. Solo te da disgustos. Pasas menos tiempo pensando en él. Ya ni vas a verle a casa ni enciendes la televisión o la radio para comprobar como está. Si sigue bien. Estás cabreado. Desencantado.

No quieres seguir sufriendo. Filtreas con otros. Con los más populares. Pero cuando sale el resultado de tu equipo piensas en leer la crónica o ver el resumen. Pero te haces el fuerte. No quieres seguir sufriendo. 

Esto es lo que me ha pasado a mi con el Real Zaragoza en los últimos años. Y si soy sincero, hasta hace bien poco. Era mi ex. El amor de tu vida al que sigues queriendo, pero sabes que no te conviene. 

Sin embargo llega el momento que ves que se deja querer por otros. Por los que fueron más fuertes que tu y se engalanan con su bufanda cada día de guardar. Que cada vez está más guapa y empieza a ganar partidos. Que está cerca de fue la chica a la que quisiste. 

Y tu. Tonto. Vuelves a caer. A soñar con esas citas coperas y con las noches de de goles y vítores en su casa . Y hablas con los amigos de ella. Y vuelves preocuparte por si está bien. 

Y cuando menos te lo esperas estás de nuevo en su casa. Bufanda al cuello y muchos nervios. Como en la primera cita. Y quieres que siga sucediendo. Y quieres verle de nuevo en grandes momentos y recuerdas el porqué de aquel amor. 

Y el hormigueo vuelve a ser de Primera.


miércoles, 3 de junio de 2015

Vivir más y pensar menos (Crítica 'Nuestro último verano en Escocia')

Los productores siguen buscando la fórmula secreta que hizo que 'Pequeña Miss Sunshine' (2006) se convirtiese en un éxito partiendo como una road movie independiente .

La receta parece simple. Unos niños risueños y cómicos delante de cámara, una familia disfuncional y unos buenos gags con una tragicomedia como telón de fondo. 

Muchas han dicho ser herederas de ese fantástico (y entrañable) film, pero ninguna me lo ha recordado tanto como 'Nuestro último verano en Escocia' (Andy Hamilton y Guy Jenkin, Reino Unido, 2014). Sí. Puede que sea la misma fórmula, pero sabe distinto. Sabe más a costumbrismo, a conversación pausada y a ceremonia. 


La nueva cinta del tándem formado por Andy Hamiton y Guy Jekin nos lleva a las tierras altas de Escocia. Al cumpleaños del abuelo. 

Un viaje para olvidar problemas y quedar bien delante de la familia. La típica reunión a la que nadie quiere ir y que promete ser tan aburrida como la anterior. O peor. 

Anfitriones orgullosos, viejas redencillas... eso ya lo hemos visto. Y muchas veces. Aquí es donde llega el factor diferencial: los niños. 

Un fantástico trío de jóvenes actores que roban todos los planos donde aparecen. La hermana mayor, reservada y maniática, no entiende como funciona el mundo adulto y teme convertirse en una persona hipócrita y mentirosa.  El segundo hermano es un pillo, amante de la cultura nórdica y devorador de documentales, que se basta de su imaginación para hacer desaparecer la monotonía. Y la pequeña... bueno la pequeña es seguramente uno de los mayores descubrimientos de interpretación natural que he visto en un niño en mucho tiempo. Un delicia. 

Con un guión bien cerrado y las tablas de actores de la talla de Billy Connolly (fantástico como anciano libertario), David Tennant y Rosemund Pike, la historia fluye rozando el drama para terminar siendo una tragicomedia con regusto buenrollista gracias al buen hacer de los infantes. 


Los directores plantean una filosofía de vida -la del abuelo- con humor negro disfrazado de la broma más inocente y bienintencionada y mostrando la celebración de la vida a los niños con el argumento de que tarde o temprano cada uno encuentra su camino y que quién debe cambiar es el mundo que nos rodea. 

Una cinta simpática donde los parajes de Escocia se funden con la naturalidad de la interpretación de los niños. Una buena medicina para el bochorno que hace en la calle y una muestra de como realizar una comedia fresca donde los clichés están bien medidos y la lágrima fácil es abatida por gags acertados.

Una buena historia donde las antípodas generacionales se fusionan cuando la experiencia quiere convertirse en inocencia con los años y la niñez busca nuevas vivencias.

LA(s) ESCENA(s): Las declaraciones del pequeño Mickey (Bobby Smalldridge) a la prensa
ATENTOS A... Harriet Turnbull. Robaplanos.